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HUIR DE LA VIOLENCIA EN EL CONGO, SOBREVIVIR A LA VIOLENCIA EN EL DARIEN Y NACER EN LA JUNGLA 

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Consiguieron reunirse en Brasil, vivieron en Sao Paolo y durante un tiempo su vida era plácida, lo suficiente como para tener su primer hijo, ahora de tres años, y poder enviar algo de dinero a sus familiares en RDC. Pero la pandemia de COVID y la crisis económica que ésta generó cortó de raíz su estancia y, como otros muchos migrantes en países latinoamericanos tuvieron que tomar la decisión de comenzar su camino hacia el norte, hacia Estados Unidos o Canadá, allá donde puedan obtener trabajo. Mimi estaba ya muy avanzada en su embarazo. Dejaron Brasil, vía Perú, Ecuador y Colombia. Allá, consiguieron pagar a unos guías y negociaron para que Mimi hiciera parte del camino a caballo. “Al cuarto día, entre la primera y la segunda montaña, después de una zona de playa, fuimos atacados, nos asaltaron en el camino y me caí del caballo”, explica Mimi que añade que los asaltantes eran cinco, armados de pistolas y machetes, “creí que el bebé se había hecho daño”. Los desvalijaron y los despojaron de todo: “dinero, móviles, documentación, comida, bolsas, nos dejaron sin nada. Y vimos como se llevaban a unas chicas venezolanas y haitianas para violarlas. No estamos seguros, pero creemos que estaban compinchados con los guías”. 

“A partir de ahí tuvimos que caminar siete días en la jungla. Nos quedamos retrasados del grupo e íbamos con otra pareja. Atravesamos montañas, llanos, ríos. Llegó un momento que mi mujer ya no podía caminar más. Tenía mucho dolor en el vientre. Nos quedamos al lado del río y se hizo de noche. Ahí nació el bebé, el 24 de febrero. Nos ayudaron en el parto la pareja que nos acompañaba. Ellos ayudaron a cortar el cordón umbilical con una cuchilla de afeitar”, explica Paty. “Salí con mi pequeño de tres años a buscar ayuda como fuera. Caminamos tres horas y conseguimos alertar a unos soldados del SENAFRONT. Gracias a ellos pudimos salir de la selva todos, mi mujer y el bebé en helicóptero, hasta el hospital. Estamos muy agradecidos por su actuación, mucho. Nos han tratado muy bien”. 

Mimi y Paty, su pequeño M.A, de tres años (brasileño) y el recién nacido (panameño) han recibido apoyo por parte de Médicos Sin Fronteras en la Estación de Recepción Migratoria de San Vicente. El pasado once de marzo continuaron su camino hacia el Norte, “allá donde podamos encontrar trabajo, Estados Unidos o Canadá sería nuestro objetivo, nuestro ideal, pero en realidad es allá donde podamos encontrar la manera de seguir adelante”, concluye Mimi. 

Mimi y Paty son una pareja de la República Democrática del Congo (RDC), de la convulsa zona de Maniema, en el este del país, donde se casaron. Huyeron de su país por la violencia étnica y el conflicto constante en la zona, Paty en 2014 y Mimi en 2017. Paty es ingeniero electromecánico y trabajaba como cámara de video y Mimi trabajaba como profesora de Teología Islámica, después de haber cursado estudios en Irán. Tienen 42 y 35 años respectivamente.  

Consiguieron reunirse en Brasil, vivieron en Sao Paolo y durante un tiempo su vida era plácida, lo suficiente como para tener su primer hijo, ahora de tres años, y poder enviar algo de dinero a sus familiares en RDC. Pero la pandemia de COVID y la crisis económica que ésta generó cortó de raíz su estancia y, como otros muchos migrantes en países latinoamericanos tuvieron que tomar la decisión de comenzar su camino hacia el norte, hacia Estados Unidos o Canadá, allá donde puedan obtener trabajo. Mimi estaba ya muy avanzada en su embarazo. Dejaron Brasil, vía Perú, Ecuador y Colombia. Allá, consiguieron pagar a unos guías y negociaron para que Mimi hiciera parte del camino a caballo. “Al cuarto día, entre la primera y la segunda montaña, después de una zona de playa, fuimos atacados, nos asaltaron en el camino y me caí del caballo”, explica Mimi que añade que los asaltantes eran cinco, armados de pistolas y machetes, “creí que el bebé se había hecho daño”. Los desvalijaron y los despojaron de todo: “dinero, móviles, documentación, comida, bolsas, nos dejaron sin nada. Y vimos como se llevaban a unas chicas venezolanas y haitianas para violarlas. No estamos seguros, pero creemos que estaban compinchados con los guías”. 

“A partir de ahí tuvimos que caminar siete días en la jungla. Nos quedamos retrasados del grupo e íbamos con otra pareja. Atravesamos montañas, llanos, ríos. Llegó un momento que mi mujer ya no podía caminar más. Tenía mucho dolor en el vientre. Nos quedamos al lado del río y se hizo de noche. Ahí nació el bebé, el 24 de febrero. Nos ayudaron en el parto la pareja que nos acompañaba. Ellos ayudaron a cortar el cordón umbilical con una cuchilla de afeitar”, explica Paty. “Salí con mi pequeño de tres años a buscar ayuda como fuera. Caminamos tres horas y conseguimos alertar a unos soldados del SENAFRONT. Gracias a ellos pudimos salir de la selva todos, mi mujer y el bebé en helicóptero, hasta el hospital. Estamos muy agradecidos por su actuación, mucho. Nos han tratado muy bien”. 

Mimi y Paty, su pequeño M.A, de tres años (brasileño) y el recién nacido (panameño) han recibido apoyo por parte de Médicos Sin Fronteras en la Estación de Recepción Migratoria de San Vicente. El pasado once de marzo continuaron su camino hacia el Norte, “allá donde podamos encontrar trabajo, Estados Unidos o Canadá sería nuestro objetivo, nuestro ideal, pero en realidad es allá donde podamos encontrar la manera de seguir adelante”, concluye Mimi. 

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